lunes, 14 de marzo de 2011

SEMANA DEL 13 AL 19 DE MARZO DE 2011
CICLO A DOMINGO 13 DE MARZO DE 2010 - 1º DE CUARESMA, CICLO A

Gn 2,7-9; 3,1-7: Creación, y pecado de los primeros padres.
Salmo responsorial 50: Misericordia, Señor: hemos pecado.
Rom 5,12-19: Donde abundó el pecado, sobreabundó la graciaEvangelio:
Mt 4,1-11: Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado

Los comentarios bíblico

-litúrgicos para ayudar a la elaboración de las homilías dominicales de este típico “domingo de las tentaciones”, el primero de cuaresma, suelen presentar en esta ocasión un sencillo paralelismo antagónico: la primera tentación fue la que se le presentó a Eva, que acabó en el pecado, y ha habido otra escena de tentación, la de Jesús en el desierto, que acabó en victoria, de la que podemos tomar ejemplo. En esta línea es muy fácil encontrar comentarios en la red. Por eso mismo quisiéramos nosotros hacer esta vez una aportación en sentido crítico. Obviamente, este aspecto no será apropiado para convertirlo sin más en una homilía... pero creemos que tampoco sería bueno que una homilía olvide este aspecto crítico. En cada caso, cada agente de pastoral sabrá lo que su comunidad necesita, y sabrá encontrarlo en otros puntos de servicio bíblico-litúrgico de internet.
La primera lectura de este domingo reúne, resumidamente, dos importantes relatos bíblicos: el de la creación y el del pecado original. Son muy significativos, muy importantes, y hoy día, también muy problemáticos.
Es importante hacer recordar a los oyentes que estos textos, y todos los que forman el grupo de los once primeros capítulos del Génesis, que se refieren a los inicios de la «historia de la Salvación», han sido entendidos desde siempre de un modo literal. Todas las generaciones que nos precedieron en la fe los entendieron así. Seguramente que nuestros padres - y ciertamente nuestros abuelos- nunca pensaron otra cosa, y muchos cristianos actuales también lo piensan. Desde tiempo inmemorial, estos textos han fungido para muchísimas generaciones, como la fuente de su comprensión del mundo y de la historia. Las “coordenadas generales” que estos mitos trazan (Dios arriba, naturaleza abajo, un acto de creación, una creación distinta del ser humano, Dios que prohíbe comer el fruto del árbol, la desobediencia del ser humano que se convierte en el «pecado original» que transformará la suerte de toda la humanidad posterior, el papel especialmente importante de la mujer en este pecado, el enfado de Dios, su ruptura de relaciones con la Humanidad después de comer el fruto prohibido...), han sido para toda esa humanidad judeocristiana de los tres mil últimos años, el “paradigma” desde el que han entendido tanto el mundo, como a Dios, como a sí mismos, es decir, la realidad entera. Estamos ante unos mitos religiosos ante los que hay que descalzarse, como quien pisa tierra sagrada.
Es importante recordar a los oyentes que hoy no creemos que estos relatos haya que entenderlos así, literalmente. Es decir: que hoy sabemos que la Biblia no puede decirnos cómo fue el origen del cosmos, ni el del ser humano. Que la Biblia no contiene mensajes de física, ni de química, ni de biología evolutiva, ni de geofísica o astrofísica... que nos informen sobre todos esos campos. Y que por tanto se puede ser cristiano y aceptar razonablemente lo que la ciencia nos dice hoy, incluidas las opiniones contrarias a tantas afirmaciones y supuestos incluidos en estos relatos bíblicos.
Es importante hacer caer en la cuenta de que esta nueva manera de entender los textos bíblicos no fue fruto de un descubrimiento fácil e ingenuo, sino una trabajosa intuición de los biblistas y teólogos, seguida de un difícil proceso de elaboración, y que durante todo ese tiempo hubieron de enfrentarse a la oposición y a la condena de las autoridades de sus respectivas Iglesias. En el campo de los católicos, apenas hace 100 años que Roma volvía a proclamar el carácter histórico de los once capítulos primeros del génesis, y reiteraba la condena a quien se atreviera a pensar lo contrario.
Todo cristiano medianamente formado puede tener su opinión sobre el origen del mundo, igual que puede tener sus opiniones en política, en medicina o en psicología, libremente, sin coacción, y sin que haya ninguna opinión oficial de la Iglesia en esos campos. Los relatos bíblicos están en otro plano, un plano simbólico, que no afecta al campo autónomo de la ciencia.
Hay que aclarar que hoy no sostenemos que el símbolo judeo-cristiano del llamado «pecado original» tenga un fundamento histórico. No hay por qué sostenerlo. Más bien resulta prácticamente imposible, por cuanto lo más probable es que no hubo un solo filón de surgimiento de nuestra especie y el poligenismo es hoy la opinión más común de la ciencia. La proclamación que la Iglesia católica hizo del monogenismo en el siglo pasado se debió al espejismo de pensar que el significado del símbolo del pecado original dependía efectivamente de un pecado histórico que habría cometido una primera pareja de la que descendemos absolutamente todos los hombres y mujeres.
Especialmente importante es aclarar que hoy día resulta del todo inverosímil -teológicamente hablando- todo el conjunto simbólico de la tentación y el pecado original: pensar que toda la humanidad esté en una situación de postración espiritual (que sea una «massa damnata», una multitud condenada, como decía san Agustín) a raíz de un supuesto primer pecado de una supuesta primera pareja, y pensar que debido a él Dios rompió sus relaciones con la Humanidad, y que esa ruptura no sería solventada sino con la sangre de la muerte en cruz del Hijo de Dios, tal y como ha sido presentado por la tradición más común y constante del cristianismo, resulta hoy inaceptable, y que por tanto deben sentirse aliviados todos los que se sienten incómodos ante las acostumbradas explicaciones homiléticas al respecto, tan parecidas a las catequesis infantiles que recibimos cuando fuimos niños.
Otras varias salvedades y comentarios críticos también muy importantes se podrían hacer entre los temas implicados en esos dos grandes relatos bíblicos que han sido juntados en la primera lectura de este domingo (por ejemplo sobre la «transcendencia» de Dios que ahí se presenta como obvia, sobre la imagen misma de “theos”, la visión negativa de la realidad que conlleva la creencia en un primer «pecado primordial», la terrible culpabilización e inferiorización de la mujer causada por ese texto...). Ya hemos dicho que no pretendemos que esta lista de advertencias críticas sea el contenido de una homilía, sino simplemente un trasfondo crítico a tener en cuenta a la hora de hablar de las “tentaciones” y del “pecado”, para lo que sin duda se encontrará mucho material en los numerosos portales de servicio bíblico de la red.
Es importante que digamos claramente, e insistamos, en que se puede ser cristiano y ser persona de hoy en sus opiniones científicas. Y que hay otras formas de hablar del la realidad del mal y del pecado, que la de tomar como única referencia unos mitos religiosos elaborados hace dos milenios y medio.
Finalizamos diciendo que ya que tantas veces hemos insistido en el pecado original y en sus fatales consecuencias para toda la humanidad, sería bueno compensar esa actitud refiriéndonos a lo que hoy intuye la teología de frontera: que, más bien, lo original no fue un pecado, sino una bendición... Puede ayudar el libro de FOX, Mathew, “Original Blessing”, Bear & Company 1983; traducción: La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI, Obelisco, Barcelona 2002, 410 pp

Para la revisión de vida

- Comienza uno de los llamados «tiempos fuertes» del año litúrgico. No precisamente un tiempo «light», ni siquiera un tiempo ordinario. ¿Qué voy a hacer para que esta Cuaresma no se me pase sin darme cuenta, sino viviéndola a fondo? La Cuaresma es una «cuenta regresiva» de 40 días hasta la Pascua… El objetivo al que apuntamos desde el principio de la Cuaresma es la Pascua misma…

Para la reunión de grupo

- El objetivo del relato del pecado de Adán y Eva no es contar un pecado concreto, por muy importante que pudiera ser; el texto es un «mito» bíblico para algo más profundo: «explicar» la presencia del mal en el mundo. ¿Por qué hay mal? ¿Por qué el dolor? ¿Por qué la muerte?... De eso es de lo que el relato bíblico está hablando, a su manera «mítica». ¿Podemos expresar nosotros su mensaje de una forma más “racional” o “teológica”? O sea: ¿cuál es el mensaje teológico del mito del pecado original?- Con el relato de las tentaciones de Jesús ocurre algo parecido: no es la crónica o el reportaje periodístico de algo que le pasó a Jesús, sino una composición simbólica que quiere darnos un mensaje teológico. Las tres tentaciones que se dice que sufre Jesús corresponden a tres grandes dimensiones de la respuesta de fe del pueblo de Israel (de ahí su correspondencia con el Primer [o Antiguo] Testamento) y de todo ser humano. ¿Cuáles son esas grandes dimensiones? ¿Estamos de acuerdo con esa teología? Veinte siglos más tarde, ¿lo expresaríamos nosotros igualmente o con alguna variante añadida? - El teólogo Mathew Fox insiste en que el verdadero principio de nuestra historia no es un pecado original, sino una «bendición original»... Comentar.

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia confíe siempre y por encima de todo en la Palabra de Dios y en su fuerza liberadora. Roguemos al Señor...

- Para que hagamos caso a las voces que nos llaman a buscar una sociedad más justa y un ser humano más fraterno. Roguemos...

- Para que nos reafirmemos cada día en nuestra fe en un Dios de vida y de vivos. Roguemos...- Para que, frente al individualismo y el egoísmo, nosotros pongamos el valor de la solidaridad entre las personas. Roguemos...

- Para que seamos conscientes de que Dios está siempre a nuestro lado, aunque a veces no lo parezca, en la tentación y en las dificultades. Roguemos...

- Para que la Eucaristía que celebra nuestra comunidad nos anime a ser más consecuentes con nuestra fe y nuestra esperanza. Roguemos...

Oración comunitaria

Oh Dios que sabes que nuestra vida humana está sometida a tantos influjos, presiones, tentaciones, repulsiones… y también a tantos estímulos, inspiraciones y buenos ejemplos; te pedimos que la atracción y el influjo del bien sea mucho más fuerte en nuestra vida que la tentación y la fuerza del mal, y que el ejemplo modélico de Jesús nos ayude a seguirle por el camino del amor y del bien. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén. Señor, tú que animas nuestra fe, consolidas nuestra esperanza y fortaleces nuestro amor, haz que apostemos siempre por el bien, la justicia y la paz, de modo que tu Reino crezca siempre, superando toda tentación de construir este mundo y esta sociedad sin contar contigo en nuestra vida. Te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NOTICIAS

El verdadero ayuno, nutrirse de la Palabra de Dios, dice el Papa
Invita a todos a vivir el “recorrido bautismal” de la Cuaresma
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 9 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI explicó hoy que el ayuno no es un fin en sí mismo, sino el “signo externo” de una “realidad interior”, que es el de saber “vivir del Evangelio”.
Benedicto XVI quiso dedicar su catequesis de hoy, Miércoles de Ceniza, a reflexionar sobre la Cuaresma y sobre las prácticas piadosas ligadas a ella, que son el ayuno, la oración y la limosna.
El ayuno “significa la abstinencia de la comida, pero comprende otras formas de privación en aras de una vida más sobria”.
Sin embargo, “todo esto no constituye todavía la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir el Evangelio”.
“No ayuna de verdad quien no sabe nutrirse de la Palabra de Dios”, afirmó el Papa.
“El ayuno, en la tradición cristiana, está ligado estrechamente a la limosna”, afirmó el Papa
En este sentido, recordó con san Agustín que tanto el ayuno como la limosna son “las dos alas de la oración”, que le permiten alcanzar mayor impulso y llegar a Dios.
“La Iglesia sabe que, por nuestra debilidad, es muy fatigoso hacer silencio para ponerse delante de Dios, y tomar conciencia de nuestra condición de criaturas que dependen de Él y de pecadores necesitados de su amor”, subrayó el Papa.
Por esto, “en Cuaresma, nos invita a una oración más fiel e intensa y a una meditación prolongada sobre la Palabra de Dios”.
Pero ante todo, en línea con su Mensaje para la Cuaresma de este año, el Pontífice invitó a todos los fieles a “revivir” el propio bautismo, pues la Cuaresma, y especialmente en este ciclo litúrgico A, ha sido en la tradición de la Iglesia el itinerario que los catecúmenos debían recorrer antes de recibir el sacramento la noche de Pascua.
El Papa invitó a todos a vivir este “itinerario bautismal”, para “reavivar en nosotros este don y para hacer de modo que nuestra vida recupere las exigencias y los compromisos de este Sacramento, que está en la base de nuestra vida cristiana”.
“Desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo, paso a paso: en él se realiza ese gran misterio por el que el hombre, muerto al pecado, es hecho partícipe de la vida nueva en Cristo Resucitado y recibe el Espíritu de Dios”.
Las lecturas de los próximos domingos, explicó el Pontífice, “se toman precisamente de la tradición antigua, que acompañaba al catecúmeno en el descubrimiento del Bautismo: son el gran anuncio de lo que Dios obra en este Sacramento, una estupenda catequesis bautismal dirigida a cada uno de nosotros”.
El Papa fue desgranando uno por uno el significado de los evangelios de cada uno de los cinco domingos próximos, explicando también cuáles eran los pasos (escrutinios, adhesión al Credo, iniciación a la oración cristiana) que el catecúmeno debía seguir durante este itinerario.
Exhortó a los fieles a estar “atentos a acoger la invitación de Cristo a seguirlo de un modo más decidido y coherente, renovando la gracia y los compromisos de nuestro Bautismo, para abandonar el hombre viejo que está en nosotros y revestirnos de Cristo”.
La Cuaresma, añadió por último, “es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección”.
Así, explicó, “nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” que recorrer, que consiste no tanto en una ley que observar, sino la persona misma de Cristo, a la que hay que encontrar, acoger, seguir”.
“Es sobre todo en la Liturgia, en la participación en los santos misterios, donde somos llevados a recorrer este camino con el Señor; es un ponernos a la escuela de Jesús, recorrer los acontecimientos que nos han traido la salvación”.
Pero esta vivencia no es “una simple conmemoración, un recuerdo de hechos pasados”, sino que “en las acciones litúrgicas, Cristo se hace presente a través de la obra del Espíritu Santo, esos acontecimientos salvíficos se vuelven actuales”.
Participar en la Liturgia, concluyó, significa “sumergir la propia vida en el misterio de Cristo, en su presencia permanente, recorrer un camino en el que entramos en su muerte y resurrección para tener la vida”.


Benedicto XVI: limosna, oración y ayuno, “trazado de la pedagogía divina”
Misa del Miércoles de Ceniza en Santa Sabina
ROMA, miércoles 9 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- La limosna, la oración y el ayuno, las tres obras fundamnetales de piedad previstas por la ley mosaica y citadas por Jesús en el Evangelio de este Miércoles de Ceniza, representan el “trazado de la pedagogía divina”.
Así lo afirmó el Papa Benedicto XVI durante la misa con imposición de las Cenizas, celebrada hoy en la Basílica romana de Santa Sabina, con la que comienza el tiempo de Cuaresma.
En el pasaje evangélico del día (Mt 6,1-6, 16-18), Jesús recuerda que la limosna, la oración y el ayuno caracterizan al judío observante de la ley.
“Con el paso del tiempo, estas prescripciones habían sido manchadas por la herrumbre del formalismo exterior, o incluso se habían transformado en un signo de superioridad.”, explicó el Papa.
“Cuando se realiza algo bueno, casi instintivamente nace el deseo de ser estimados y admirados por la buena acción, de tener una satisfacción”.
Esto, indicó, “por una parte nos cierra en nosotros mismos, y por la otra nos saca de nosotros mismos, porque vivimos proyectados hacia lo que los demás piensan de nosotros y admiran en nosotros”.
Al volver a proponer estas prescripciones, Jesús “invita a redescubrir estas tres obras de piedad viviéndolas de modo más profundo, no por amor propio sino por amor de Dios, como medios en el camino de conversión a Él”.
“Limosna, oración y ayuno: es el trazado de la pedagogía divina que nos acompaña, no solo en Cuaresma, hacia el encuentro con el Señor Resucitado; un trazado que recorrer sin ostentación, en la certeza de que el Padre celeste sabe leer y ver también en el secreto de nuestro corazón”.
Conversión sincera
El tiempo litúrgico de la Cuaresma, prosiguió el Pontífice, exhorta al compromiso de “convertir nuestro corazón hacia los horizontes de la Gracia”.
“En general, en la opinión común, este tiempo corre el riesgo de ser connotado por la tristeza, por la oscuridad de la vida”, reconoció.
La Cuaresma, en cambio, “es un don precioso de Dios, es un tiempo fuerte y denso de significados en el camino de la Iglesia, es el itinerario hacia la Pascua del Señor”.
Este tiempo invita no a una “conversión superficial y transitoria”, sino a “un itinerario espiritual que tiene que ver profundamente con las actitudes de la conciencia y que supone un sincero propósito de arrepentimiento”.
Esta conversión auténtica, indicó, “es posible porque Dios es rico en misericordia y grande en el amor. La suya es una misericordia regeneradora, que crea en nosotros un corazón puro, renueva en el interior un espíritu firme, restituyéndonos la alegría de la salvación”.
La Cuaresma, por tanto, es “un camino de cuarenta días donde experimentar de modo eficaz el amor misericordioso de Dios”, “conscientes siempre de no poder llevar a cabo nuestra conversión nosotros solos, con nuestras fuerzas, porque es Dios quien nos convierte”.
“Todos pueden abrirse a la acción de Dios, a su amor”, recordó Benedicto XVI.
“Con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos ser un mensaje viviente, al contrario, en muchos casos somos el único Evangelio que los hombres de hoy leen aún”.
La responsabilidad de los cristianos, afirmó, es la de “vivir bien la Cuaresma: ofrecer el testimonio de la fe vivida a un mundo en dificultad que necesita volver a Dios, que tiene necesidad de conversión”.
Procesión por Roma
Benedicto XVI inició con la oración “Reaviva en nosotros la idea de que somos polvo y en polvo nos convertiremos” la ceremonia del jueves de cuaresma, en la asamblea de oración realizada en la iglesia de San Anselmo, abadía primacial del orden de los Benedictinos.
Aquí en el monte Aventino, uno de los siete de Roma originaria, en una tarde fría y soleada, la procesión partió con el canto de las Letanías de Todos los Santos hacia la vecina iglesia paleocristiana (siglo V) de Santa Sabina.
El cortejo que se desplazó a paso lento, encabezado por los monjes con sus hábitos negros los benedictinos y blanco y negro los dominicos, seguidos por sacerdotes, obispos, cardenales y el Santo Padre.
El jueves de cenizas es considerado la puerta de ingreso de la Cuaresma y tiene un doble significado: invita a la penitencia y recuerda la precariedad de la condición humana.
Al ingreso de Santa Sabina, donde se celebró la eucaristía y el rito de la bendición e imposición de las cenzas, el Coro de la Capilla Sixtina entonaba en polifónico el “ Attende Domine, et miserere quia peccavimus tibi” que se alternaba con el canto gregoriano de los monjes.
El Papa que hasta Santa Sabina endosaba el color púrpura, después del ingreso tomó los paramentos violas, el color de la penitencia, y la mitra blanca.
Después de bendecir las cenizas con la aspersión del agua bendita, el Pontífice recibió las cenizas en su cabeza por el cardenal eslovaco Jozef Tomko, prefecto emérito de la Congregación para la Evangelización de los pueblos y titular de Santa Sabina.
El Papa impuso las cenizas a diversos purpurados, eclesiásticos y fieles, y después prosiguió la celebración de la santa misa, que concluyó con el coro que cantaba el Ave Regina Coelorum.


Benedicto XVI: El recorrido bautismal de la Cuaresma
Hoy en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 9 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy Miércoles de Ceniza, durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI.
* * * * *
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, marcados por el austero símbolo de las Cenizas, entramos en el Tiempo de Cuaresma, iniciando un itinerario espiritual que nos prepara a celebrar dignamente los misterios pascuales. La ceniza bendecida impuesta sobre nuestra cabeza es un signo que nos recuerda nuestra condición de criaturas, nos invita a la penitencia y a intensificar el empeño de conversión para seguir cada vez más al Señor.
La Cuaresma es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección; nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” que recorrer, que consiste no tanto en una ley que observar, sino la persona misma de Cristo, a la que hay que encontrar, acoger, seguir. Jesús, de hecho, nos dice: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga" (Lc 9,23). Es decir, nos dice que para llegar con Él a la luz y a la alegría de la resurrección, a la victoria de la vida, del amor, del bien. También nosotros debemos tomar la cruz de cada día, como nos exhorta una bella página de la Imitación de Cristo: "Carga con tu cruz y sigue a Jesús; así irás hacia la vida eterna. Él fue delante, llevando su propia cruz y murió por ti en la cruz para que tú lleves tu propia cruz y estés dispuesto a morir en ella. Porque si mueres con Él con Él igualmente vivirás. Y si eres su socio en la pena también lo serás en el triunfo” (L. 2, c. 12, n. 2). En la Santa Misa del Primer Domingo de Cuaresma rezaremos: Oh Dios nuestro Padre, con la celebración de esta Cuaresma, signo sacramental de nuestra conversión, concede a tus fieles crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y de dar testimonio de él con una digna conducta de vida” (Colecta). Es una invocación que dirigimos a Dios porque sabemos que sólo Él puede convertir nuestro corazón. Y es sobre todo en la Liturgia, en la participación en los santos misterios, donde somos llevados a recorrer este camino con el Señor; es un ponernos a la escuela de Jesús, recorrer los acontecimientos que nos han traído la salvación, pero no como una simple conmemoración, un recuerdo de hechos pasados. En las acciones litúrgicas, Cristo se hace presente a través de la obra del Espíritu Santo, esos acontecimientos salvíficos se vuelven actuales. Hay una palabra-clave a la que se recurre a menudo en la Liturgia para indicar esto: la palabra “hoy”; y esta debe entenderse en el sentido original, no metafórico. Hoy Dios revela su ley y nos da a elegir hoy entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte (cfr Dt 30,19); hoy "el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15);hoy Cristo ha muerto en el Calvario y ha resucitado de entre los muertos; ha subido al cielo y se ha sentado a la derecha del Padre; hoy se nos da el Espíritu Santo; hoy es el tiempo favorable. Participar en la Liturgia significa entonces sumergir la propia vida en el misterio de Cristo, en su presencia permanente, recorrer un camino en el que entramos en su muerte y resurrección para tener la vida.
En los domingos de Cuaresma, de forma muy particular en este año litúrgico del ciclo A, somos introducidos a vivir un itinerario bautismal, casi a recorrer el camino de los catecúmenos, de aquellos que se preparan a recibir el Bautismo, para reavivar en nosotros este don y para hacer de modo que nuestra vida recupere las exigencias y los compromisos de este Sacramento, que está en la base de nuestra vida cristiana. En el mensaje que he enviado para esta Cuaresma, que querido recordar el nexo particular que liga el Tiempo cuaresmal al Bautismo. Desde siempre la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo, paso a paso: en él se realiza ese gran misterio por el que el hombre, muerto al pecado, es hecho partícipe de la vida nueva en Cristo Resucitado y recibe el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cfr Rm 8,11). Las Lecturas que escucharemos en los próximos domingos y a las que os invito a prestar especial atención, se toman precisamente de la tradición antigua, que acompañaba al catecúmeno en el descubrimiento del Bautismo: son el gran anuncio de lo que Dios obra en este Sacramento, una estupenda catequesis bautismal dirigida a cada uno de nosotros. El Primer Domingo, llamado Domingo de la tentación, porque presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra decisión definitiva por Dios y a afrontar con valor la lucha que nos espera para permanecerle fieles. Siempre está de nuevo esta necesidad de la decisión, de resistir al mal, de seguir a Jesús. En este Domingo la Iglesia, tras haber oído el testimonio de los padrinos y catequistas, celebra la elección de aquellos que son admitidos a los Sacramentos Pascuales. El Segundo Domingo es llamado de Abraham y de la Transfiguración. El Bautismo es el sacramento de la fe y de la filiación divina; como Abraham, padre de los creyentes, también nosotros somos invitados a partir, a salir de nuestra tierra, a dejar las seguridades que nos hemos construido, para volver a poner nuestra confianza en Dios; la meta se entrevé en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que también nosotros nos convertimos en “hijos de Dios”. En los domingos sucesivos se presenta el Bautismo en las imágenes del agua, de la luz y de la vida. El Tercer Domingo nos hace encontrar a la Samaritana (cfr Jn 4,5-42). Como Israel en el Éxodo, también nosotros en el Bautismo hemos recibido el agua que salva; Jesús, como dice a la Samaritana, tiene un agua de vida, que extingue toda sed; y este agua es su mismo Espíritu. La Iglesia en este Domingo celebra el primer escrutinio de los catecúmenos y durante la semana les entrega el Símbolo: la Profesión de la fe, el Credo. El Cuarto Domingo nos hace reflexionar sobre la experiencia del “ciego de nacimiento" (cfr Jn 9,1-41). En el Bautismo somos liberados de las tinieblas del mal y recibimos la luz de Cristo para vivir como hijos de la luz. También nosotros debemos aprender a ver la presencia de Dios en el rostro de Cristo y así la luz. En el camino de los catecúmenos se celebra el segundo escrutinio. Finalmente, el Quinto Domingo nos presenta la resurrección de Lázaro (cfr Jn 11,1-45). En el Bautismo hemos pasado de la muerte a la vida y somos hechos capaces de gustar a Dios, de hacer morir el hombre viejo para vivir del Espíritu del Resucitado. Para los catecúmenos, se celebra el tercer escrutinio y durante la semana se les entrega la oración del Señor, el Padrenuestro.
Este itinerario cuaresmal que somos invitados a recorrer en Cuaresma se caracteriza, en la tradición de la Iglesia, por algunas prácticas: el ayuno, la limosna y la oración. El ayuno significa la abstinencia de la comida pero comprende otras formas de privación en aras de una vida más sobria. Todo esto no constituye todavía la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir el Evangelio. No ayuna de verdad quien no sabe nutrirse de la Palabra de Dios.
El ayuno, en la tradición cristiana, está ligado estrechamente a la limosna. San León Magno enseñaba en uno de sus discursos sobre la Cuaresma: “Cuanto todo cristiano hace siempre, tiene ahora que practicarlo con mayor dedicación y devoción, para cumplir la norma apostólica del ayuno cuaresmal consistente en la abstinencia no sólo de la comida, sino que sobre todo abstinencia de los pecados. A este obligado y santo ayuno, no se le puede añadir obra más útil que la limosna, la que bajo el nombre único de 'misericordia' comprende muchas obras buenas. Inmenso es el campo de las obras de misericordia. No sólo los ricos y pudientes pueden beneficiar a otros con la limosna, también los de modesta o pobre condición. De esta manera, aunque desiguales en los bienes, todos pueden ser iguales en los sentimientos de piedad del alma” (Discurso 6 sobre la Cuaresma, 2: PL 54, 286). San Gregorio Magno recordaba en su Regla Pastoral, que el ayuno es santo por las virtudes que lo acompañan, sobre todo por la caridad, por cada gesto de generosidad que da a los pobres y necesitados el fruto de nuestra privación (cfr 19,10-11).
La Cuaresma, además, es un tiempo privilegiado para la oración. San Agustín dice que el ayuno y la limosna son “las dos alas de la oración”, que le permiten alcanzar mayor impulso y llegar a Dios. Este afirma: “De tal modo nuestra oración, hecha con humildad y caridad, en el ayuno y la limosna, en la templanza y el perdón de las ofensas, dando cosas buenas y no devolviendo las malas, alejándose del mal y haciendo el bien, busca la paz y la consigue. Con las alas de estas virtudes nuestra oración vuela segura y es llevada con más seguridad hasta el cielo, donde Cristo, nuestra paz, nos ha precedido” (Sermón 206, 3 sobre la Cuaresma: PL 38,1042). La Iglesia sabe que, por nuestra debilidad, es muy fatigoso hacer silencio para ponerse delante de Dios, y tomar conciencia de nuestra condición de criaturas que dependen de Él y de pecadores necesitados de su amor; por esto en Cuaresma, nos invita a una oración más fiel e intensa y a una meditación prolongada sobre la Palabra de Dios. San Juan Crisóstomo nos exhorta: “Embellece tu casa con modestia y humildad a través de la práctica de la oración . Vuelve espléndida tu casa con la luz de la justicia; adorna sus paredes con las obras buenas como si fuesen una pátina de oro puro y en lugar de muros y de piedras preciosas coloca la fe y la sobrenatural magnanimidad, poniendo sobre todas las cosas, en alto del frontón, la oración como decoración de todo el complejo. Así preparas al Señor una morada digna, así lo acoges en un espléndido palacio. Él te concederá transformar tu alma en templo de su presencia” (Homilía 6 sobre la Oración: PG64,466).
Queridos amigos, en este camino cuaresmal estemos atentos a acoger la invitación de Cristo a seguirlo de un modo más decidido y coherente, renovando la gracia y los compromisos de nuestro Bautismo, para abandonar el hombre viejo que está en nosotros y revestirnos de Cristo, para, renovados, alcanzar la Pascua y poder decir con san Pablo “no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gal 2,20). ¡Buen camino cuaresmal a todos vosotros!¡Gracias!